El impacto del castigo físico en la crianza de los niños: evidencia, mitos y alternativas

El año pasado, mientras escuchaba la radio, me sorprendió la conversación de tres periodistas que debatían sobre la crianza. Para mi sorpresa, los tres coincidían en algo: recomendaban a los padres volver a utilizar el castigo físico como método para educar a sus hijos. Según ellos, la rebeldía, el descontrol y los problemas actuales de la juventud eran consecuencia de que los padres de hoy no “corrigen” con golpes, chancletazos o fajazos cuando un niño se porta mal.

El periodista más popular de los tres afirmó, sin titubear, que “los fajazos no han matado a nadie y que ni fiebre les dan a los niños cuando se lo merecen”. Otro, en un programa matutino, comentó que el éxito de su vida profesional se debía a los castigos físicos que le dio su padre, y que gracias a esa “disciplina” él se convirtió en un adulto de bien. El tercero fue más allá y sugirió no hacer caso a los psicólogos, porque —según él— “los niños no se trauman” con unos buenos golpes.

Escuchar eso no me sorprendió tanto por el contenido, sino porque refleja un pensamiento muy extendido en nuestra sociedad. Y no lo digo yo: UNICEF (2023) reporta que el castigo físico sigue siendo la forma de disciplina violenta más utilizada en el mundo, y que cerca del 80% de los niños de entre 2 y 14 años ha sufrido algún tipo de violencia física en su crianza.

El peso de la tradición y el problema de la evidencia

El castigo físico ha sido parte de la crianza por miles de años. Se ha transmitido de generación en generación, como si fuera una herencia cultural. Sin embargo, la ciencia ha demostrado una y otra vez que los efectos de las nalgadas, correazos o cualquier forma de violencia física en los niños son perjudiciales.

Reconozco que quienes trabajamos en salud mental hemos fallado en algo: muchas veces hemos basado nuestras recomendaciones en opiniones o creencias, sin comunicar de forma clara y accesible la evidencia científica. Y cuando un padre escucha mensajes contradictorios, el argumento emocional —el de “a mí me pegaron y no me pasó nada”— suele ganar terreno.

“A mí me pegaron y no me pasó nada”

Este es, probablemente, el argumento más común que escucho en consulta y en conversaciones cotidianas. Sin embargo, como bien señaló el investigador Murray Straus, nuestra experiencia personal no es un buen medidor del daño real. Comparo esto con el hábito de fumar: hay personas que fuman toda su vida y viven más de 90 años, pero eso no invalida la evidencia de que fumar daña los pulmones y aumenta el riesgo de enfermedades graves. Con el castigo físico pasa lo mismo: que no veamos un daño inmediato no significa que no exista.

De hecho, la American Academy of Pediatrics (2018) y la Organización Mundial de la Salud han sido claras: el castigo físico está vinculado a mayor agresividad, problemas de salud mental, dificultades en las relaciones interpersonales y bajo rendimiento escolar.

¿Qué dice la evidencia reciente?

1. Evidencia global contundente

La Organización Mundial de la Salud (OMS) destaca que el castigo físico desencadena respuestas fisiológicas y emocionales como dolor, miedo, activación del sistema de estrés, impactos en el sistema nervioso y alteraciones en la estructura cerebral.

¿Por qué los padres siguen utilizando el castigo físico?

Además, estudios recientes han encontrado que el castigo físico está asociado con múltiples efectos negativos: empeora la relación padre-hijo, aumenta el riesgo de agresión, problemas mentales, rendimiento escolar bajo, trastornos del sueño y desarrollo socioemocional comprometido.

2. Panorama legal y cultural en evolución

Capítulos académicos publicados en julio de 2025 analizan el castigo físico como una forma de violencia culturalmente normalizada, exigiendo políticas integrales y cambio cultural para superarla.

Desde finales de 2024, países como Panamá, Uganda, Sri Lanka y República Checa se comprometieron a prohibir todo tipo de castigo corporal, afectando a más de 100 millones de niños. Además, el Reino Unido debate eliminar la defensa legal de “castigo razonable” para los padres, avalando que no hay justificación para el uso de la violencia.

3. Diferencias entre físico y verbal

Un estudio de BMJ Open (2025), con datos de más de 20 000 adultos, reveló que la agresión verbal en la infancia aumenta en un 64 % el riesgo de mala salud mental en la adultez, mientras que el abuso físico lo hace en un 52 %. Queda claro que reemplazar golpes por humillaciones verbales puede ser igualmente devastador.

4. Revisión integral de evidencia

Una revisión de 69 estudios longitudinales encontró que el 59 % reporta efectos adversos, el 23 % no encuentra relación y el 17 % resultados mixtos. La conclusión fue clara: el castigo físico no mejora la conducta y aumenta el riesgo de maltrato.

Contrargumentos y matices

Algunos investigadores sostienen que, si es aplicado moderadamente y sin malicia, el castigo físico puede tener efectos mínimos o incluso ser útil en niños muy pequeños. Sin embargo, esta visión es minoritaria y no invalida los riesgos comprobados.

¿Por qué los padres siguen utilizando el castigo físico?

En gran medida, porque en el corto plazo funciona. Detiene la conducta indeseada y da a los padres la ilusión de que “el niño aprendió la lección”. Pero esa obediencia dura poco. La conducta no deseada regresa y, en ocasiones, se intensifica.

Además, el castigo físico enseña un modelo: que los problemas se resuelven con violencia. Esto puede normalizar que, de adultos, las personas recurran a la agresión para resolver conflictos.

El círculo del castigo

Cuando un padre ve que el golpe “funcionó” en el momento, es más probable que lo repita. Así se forma un círculo vicioso donde la violencia se convierte en la respuesta automática ante el mal comportamiento, sin buscar alternativas más constructivas.

Disciplina que sí funciona

La buena noticia es que existen métodos de disciplina más efectivos, validados por décadas de investigación. No solo corrigen la conducta, sino que fortalecen la relación entre padres e hijos.

1. Utilizar elogios específicos

Está comprobado que la atención positiva es uno de los refuerzos más poderosos para la conducta. No se trata de alabar todo indiscriminadamente, sino de ser específico: en vez de decir “qué bueno que te portas bien”, mejor decir “me gusta que estés sentado tranquilamente comiendo con nosotros”. Esto ayuda a que el niño entienda exactamente qué conducta es la deseada.

Refuerzo no verbal

Las palabras son importantes, pero también lo es el lenguaje corporal: una sonrisa, contacto visual o un gesto afectuoso refuerzan el mensaje positivo.

2. Ignorar conductas menores

No toda conducta disruptiva requiere atención. Si un niño hace una rabieta porque no obtuvo un dulce, ignorarlo puede ser más efectivo que regañarlo. La clave está en diferenciar entre conductas que representan un riesgo y aquellas que son meras molestias.

3. Conocer el desarrollo infantil

Entender las capacidades y limitaciones de cada etapa ayuda a ajustar las expectativas. Muchos castigos se aplican por esperar comportamientos que, por su madurez, el niño aún no puede cumplir.

4. Time-out bien aplicado

El time-out no es aislamiento prolongado ni castigo extremo. Debe ser breve, inmediato y coherente. Funciona mejor cuando se combina con un time-in de calidad, es decir, tiempo positivo juntos.

5. Prevención de conductas problemáticas

crianza con ternura

Organizar rutinas, ofrecer actividades y mantener al niño involucrado reduce la probabilidad de que aparezcan comportamientos indeseados.

6. Tiempo de calidad

El amor, la atención y la convivencia positiva son el terreno fértil donde las estrategias disciplinarias funcionan. No se trata solo de corregir, sino de construir un vínculo sólido y seguro.

Reflexión final

Educar sin violencia no es ser permisivo, es ser inteligente y estratégico. La crianza respetuosa no significa ausencia de límites, sino establecerlos con firmeza y afecto.

“Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él.” — Proverbios 22:6

Dar un golpe puede parecer la salida fácil, pero las soluciones fáciles rara vez son las mejores. Educar requiere paciencia, constancia y compromiso.

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